martes, 3 de junio de 2008

El viejo París

En cuestiones de lectura, me gusta dejarme llevar por la curiosidad. En este tiempito libre en el cual no puedo aún actualizar el blog por los inconvenientes ya mencionados, ocupé ese tiempo en la composición de un cuento para participar en un concurso. Esto asume siempre un poco de investigación y así es como en el rescate de datos sobre un personaje, la búsqueda desencadenó muchas veces en temas interesantes que nada tienen que ver pero que resultan sumamente atrayentes. Por caso, terminé leyendo sobre las cortesanas de París y, me pareció tan interesante el tema que decidí publicarlo en esta ocasión. Los invito entonces a adentrarnos en el mundo del viejo París.

Promediando la primera mitad del siglo XIX, París, sin haber llegado a la magnificencia del Segundo Imperio, era la capital del mundo, de la ciencia, de la política y de la moda.

Allí se asentaban los mejores joyeros y los grandes modistos así como los perfumistas, sombrereros, guanteros, fabricantes de cosméticos y otros artículos lujosos de la más variada especie.

También estaba lleno de teatros, cafés y salas de baile, donde exhibían su atractivo las grandes damas y las cortesanas más seductoras.

Naturalmente, existía otro París sórdido, de las casas hacinadas, calles malolientes, obreros que trabajaban dieciséis horas diarias y mujeres que, para sobrevivir, tenían que dedicarse a la prostitución.

Las costureras eran el filón más fructífero en este sentido. Apenas ganaban uno o dos francos al día y debían complementar tan exiguos emolumentos con prestaciones sexuales más o menos esporádicas.

Se las llamaba “grisettes” porque en los talleres vestían de gris, y ese nombre llegó a significar prostituta de baja cotización.

Si tenían suerte, accedían a un amante fijo que las trasformaba en “lorettes”, un escalafón superior con casa, comida y vestuario garantizado.

Si eran lo suficientemente bellas e inteligentes podían llegar a “cortesanas” y alternar con burgueses ricos, nobles, banqueros e incluso obispos y cardenales, paseando por el boulevard Du Temple y asistir a las funciones teatrales de “L’Ambigu”, “La Gaité”, el “Varietes”, o el “Funambules” o el de la “Porte de Saint Martín”.

Una de estas “grisettes” con suerte bailaba, enloqueciendo a los hombres, en la celebre sala de “Bal Mabille” , una de las más famosas se hacía llamar la Reina Pomaré.

Su especialidad era la polka, un baile procedente de Bohemia que evocaba barriles de cerveza, gritos, humo de tabaco y energía desbocada.

A esta parisina le gustaban los polisones y el miriñaque, las mantillas de seda y los chaquetones de pieles. Pero sobre todo amaba las joyas y los sombreros con plumas vistosas de pavo real o de pájaros de paraíso.

Tenía collares de perlas, anillos de brillantes, pendientes de esmeraldas e incluso ligueros de Boucheron, cuajados de pequeños rubíes que parecían gotas de sangre cuando al bailar alzaba las piernas hasta darse con las rodillas en la frente.

Pomaré, saltando como una tigresa en la pista del “Bal Mabille”, enloquecía a los hombres, que se la disputaban como jaurías de perros en celo.

Todos le ofrecían lujosas mansiones, carruajes prusianos, perfumes de Gras, fajos de billetes y juramentos de amor eterno.

Y ella bailaba y bailaba, atronando el local con sus tacones de metal.

La tuberculosis, enfermedad que por esos tiempos se lleva la vida de muchos, acabó con ella cuando apenas tenía 21 años.

Emile Zola , el escritor francés, en 1880 escribió una de sus más famosas novelas: “Naná” historia de una prostituta parisina que hizo fortuna y terminó con viruela. Muchos sabían que se refería a la Reina Pomaré, ya que Solá siempre argüía que sus novelas eran prácticamente historias de la vida real. Esto le trajo algunos problemas ya que la Reina Pomaré era muy apreciada por el público y en el libro narraba de sus borracheras y estado deplorable.

Como dijo su sucesora, Celeste Vernard, murió tan jóven que no tuvo tiempo ni siquiera de pasar por ese estado. Y a propósito de Celeste Vernard , a quien llamaban La Mogador, a quien vemos en el daguerrotipo de la izquierda, fue quien inspiró a George Bizet para componer su más famosa ópera : “Carmen”.


Era interesante ¿ verdad? . Historias que uno encuentra por casualidad y que nos hacen imaginar una época que no vivimos pero que sin embargo en algunos aspectos no dista mucho de una realidad actual.


Quiero agradecer a todos los que estuvieron presentes con su comentario estos días, estaré visitándoles no tan seguido por el momento, pero allí estaré para devolverles el afecto y el cariño que me brindan.